En un post anterior informamos sobre la presentación del poemario Campamento en marcha, del catamarqueño Alejandro Acosta Albarracin, dedicado al caudillo Felipe Varela. Sergio De Matteo escribió, desde La Pampa, una crítica sobre este libro, al que considera como “un posible camino de relectura de nuestra historia desde la literatura”. Sin duda, una clara propuesta que llega a EVT para dialogar y debatir en la sección Poesía y Bicentenario.
por Sergio De Matteo
I – Historia
La discusión cultural y la definición política son los puntos neurálgicos sobre los que se desarrolló gran parte de la historia hispanoamericana del siglo XIX. Por lo tanto, la organización del Estado alentaba acuerdos, luchas, traiciones y asesinatos en los que se involucraron los hombres más representativos del territorio.
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“El ideal nace en las entrañas de la vida concreta”, ha dicho Saúl Taborda, y eso configura un proceso que se macera lentamente en el mismo espíritu, pues surge de la relación cotidiana con el entorno: el paisaje y sus gentes. Esta concepción, convertida en símbolo, se funde en los nervios de la subjetividad de los seres que encarnaron las grandes gestas del sentir americano.
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Si en el horizonte de aquel tiempo se vislumbraba la liberación del yugo colonialista, también los enfrentamientos intestinos prefiguraron la apoteosis de la fragmentación. Esas fueron las condiciones intrínsecas del solar sudamericano, y los intereses se inoculaban desde la problematizada doctrina en la que se fundamentará el propio destino. Simón Bolívar, por ejemplo, proyectó su mensaje libertario desde “Carta de Jamaica”; de 1815 también data la correspondencia de José Artigas al gobernador de Corrientes, José de Silva, donde bosquejaba su “Programa”; hicieron lo mismo Belgrano, San Martín, Sucre y demás héroes de la emancipación; incluso Felipe Varela tuvo su propia proclama: “Manifiesto a los Pueblos Americanos”.
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Felipe Varela ha sido un caudillo catamarqueño, así como lo fueron los riojanos Facundo Quiroga y “Chacho” Peñaloza, el salteño Martín de Güemes, o el mendocino José Félix Aldao, entre tantos otros que podríamos citar; todos ellos combatieron contra los designios del poder central porteño. En ese período la Historia Oficial la legitimaba Bartolomé Mitre, y las acciones militares que ordenaba eran las de aniquilar al enemigo. Varela refiere en su manifiesto: “Tal es el odio que aquellos fratricidas porteños tienen a los provincianos, que muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y asesinados por los aleves puñales de los degolladores de oficio: Sarmiento, Sandes, Paunero, Campos, Irrazával y otros varios dignos de Mitre”.
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