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Alejo González Prandi
Alguien puede creer que las criaturas enjauladas en Los niños de Japón (Ediciones Recovecos, 2011) se despiertan durante las noches a celebrar ritos inconclusos, a cargar las penas de sus ancestros, a esclarecer la palabra mutilada en el vórtice del llanto, pero también a destruir todo eso de un plumazo, lengua afuera, denunciando las imposturas del tiempo, las falsedades de la herencia y del dolor.
Alejandra Correa escribió una canción de noche, un cuento de cuna que esconde un kris al revés del verso. Un libro en el que todos “somos culpables/ por haber nacido”. Nadie es inocente. “Tarde o temprano”.
Integrado en cinco partes (Los hermanos, Minami e I; Masao; Keiko / Mariko; Kimitake; y La lejana), Los niños de Japón señala en el inicio siete reglas básicas del arte del Origami, siete normas en las que se limitan y construyen la voz, el silencio (aunque “hay ríos que no callan”), las figuras, las sombras y los espejos de criaturas salvajes, tiernas, desesperadas, buscadoras de señales y abrigos, sacrificadas y en permanente acecho. Prometen “la brisa blanca”, tienen “hermanos nuevos/ cada verano”, ríen… “porque el aire/ se cree mar/ y nos moja”. Pero también atados “de pies y manos/ a esta tierra de carne oscura”, hay días que están solos como “siervos que agonizan”.
Una lectura promete un ejercicio de los sentidos, una probabilidad al desorden, una puerta a la subversión. Correa, además de “elegir correctamente al niño para obtener un diseño adecuado”, como reza la segunda regla del Origami, nos entrena en el conocimiento del fuego, el agua, la tierra, la madera y el metal, las cinco lenguas del universo habitadas por Los niños de Japón. Pueden aparecer en cualquier parte, transformados en cualquier materia.
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III.
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Nos temen,
conocen el poder que nos dio el hambre
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pero hemos dormido
entre sus sábanas
como larvas
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y ya no les alcanzará
con arrancarse los ojos
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(Los hermanos, Minami e I)
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I.
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Es nuestro día
los peces vuelan de a cientos
y se nos escapan
los colores de las manos
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nos reímos en nombre
de los peces
reímos porque el aire
se cree mar
y nos moja
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(Masao)
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II.
De los niños de Japón
la que se arrodilla
entre los cristales
del último estallido
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vean ahora
mi carne florecida
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azaleas
entre los pliegues
de mi vestido
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soy una digna dama
desangrándome
como una virgen rota
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III.
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Camino con este dolor
que tanto se parece
a un rezo
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se hunden mis piernas
entre juncos
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será esta noche
antes de huir del pueblo
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cuando mi madre ahogue
a mis amados gatos
en la orilla
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(seré yo quien se defienda
con mis garras del ahogo)
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(Keiko / Mariko)
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VII.
Volaré esta noche sobre mi pueblo
en busca de indicios o señales
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como lo hice entonces
cabalgando corrientes
de aire tibio y sin nudos
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seré la brisa blanca
piel de garza
en la última lluvia
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en ese tejido inocente
de nabos y de orquídeas
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lanzaré sortilegios
sobre invisibles destinos
escritos en la nada
para volver atrás
las horas y las muertes
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hasta que tus brazos
me acunen para siempre
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sin tortura
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(Kimitake)
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IV.
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Este ojo mío
es una ranura
por la que espío
cómo duermen los niños
en esos lechos duros
como el hueco
de una tumba
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(La lejana)
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