Días atrás participé de un taller de encuadernación. Éramos cinco adultos, pero la profesora nos llamaba “chiquis”. Uno dijo que tenía el plan de mudarse con su mujer a Traslasierra, en Córdoba. Otro, aclaró que trabajaba en “algo nada que ver” y que hacía grabados. Dos mujeres coincidieron en que habían ido por “curiosidad”. Después de cinco horas, cada uno tuvo el primer cuaderno hecho con sus propias manos. Cebamos mate y comimos una torta riquísima. El proyecto es que en un tiempo no muy lejano El Vendedor de Tierra sea también una editorial artesanal de poesía. Siempre se trata de lo mismo: viajar al horizonte para volver con vida nueva.
Categorías:Alejo González Prandi, Editorial artesanal