
Jimena Arnolfi
Selección de poemas de Hay leña (Caleta Olivia, 2017), de Jimena Arnolfi.
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Maleza
Nos avanza el monte,
trae la espesura,
llega hasta la casa,
entrecruza las ramas,
enrosca lo bueno con lo malo.
Si ahora tirás el corazón
por la ventana,
caería sin ser visto,
se perdería rápido
entre árboles y arbustos.
No digas más nada.
Es difícil comulgar
con la naturaleza.
Volver hacia adentro,
arraigarse como el tala.
A veces el paisaje
se resiste a ser habitado.
Hoy trabajamos la tierra
y prendimos fuego la maleza.
Toda la noche miramos la brasa.
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Estado
Un meteorito puede estar en dos lugares a la vez,
algo muy antiguo, y muy, muy por venir.
A veces estoy nerviosa, mi táctica es siempre
tener una herida, cascarita a mano,
para seguir arrancando constantemente.
El meteorito sabe cuándo será el impacto.
Ese instante geológico mutará, imperceptible.
Yo dirijo mi marcha y desconozco el próximo cráter.
Una majestuosa montaña puede ser reducida,
erosión mediante, a un triste puñado de tierra.
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Hibernación
En tiempos de autopromoción constante,
lo mejor es esconderse,
hibernar como un animal
de sangre caliente,
entrar en un sueño profundo,
que el latido sea más lento,
que la temperatura descienda,
ahorrar energías,
usar las reservas almacenadas
de los meses más cálidos,
mutar en una refugiada,
invencible.
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En busca del árbol. Ya en los primeros versos Jimena Arnolfi avisa: “A veces el paisaje/ se resiste en ser habitado”. Una vez adentro, la maleza cierra y no hay vuelta atrás. Pero la poeta sigue camino. De ahí en más nace una composición de la resistencia, una elección por la morada. Para ser de un lugar que parece indómito, casi salvaje, resulta urgente que el aire encuentre una boca en la tierra para dar oxígeno al fuego. Quemar para curar.
La autora de Hay leña (Caleta Olivia, 2017) en 37 poemas es avanzada por el monte, corta frutos, limpia todo, intenta encender fósforos, “trabaja con convicción”, respira del cuenco, dice que le contará a su madre que dejó de llorar aunque sea mentira, se llena “de hojas nuevas/ que mañana caerán”. La voz que prevalece se identifica con el descubrimiento y el asombro; la resignación y la espera; la persistencia y la conciencia de lo perdido y la ofrenda surgida del diálogo con los elementos vivos.
Si el viento se lleva o no los árboles, no importa; tampoco la observación de cómo las ramas se rompen, golpean y vuelan. La poeta no hace documentalismo ni anota un diario de botánica, sino que percibe la poética de la tragedia del mundo que la rodea. Esa es la voraz necesidad.
En este nuevo libro de Arnolfi habitar es también ganarse la escritura. Lo que en un momento parecía muerto, al final, florece: “Hay un tesoro escondido bajo las raíces muertas”. Y cuando la incisión de la palabra es precisa y delicada, la promesa de la poesía siempre cumple. (AGP)
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