Por Marcelo Sutti
Conocí a Jacobo Regen por mi padre, director de orquesta vinculado al movimiento artístico de Salta desde el año 1967.
A mi regreso de un viaje de tres años por el exterior, allá por el año ‘81, tomo contacto con algunos poetas de la memorable Generación del 60 en Salta, entre ellos, Jacobo. Desde entonces, mis lecturas de salteños nunca faltó.
La síntesis, la profundidad y el lirismo de Regen lo situaron en un lugar de privilegio. Me sorprende todavía la libertad que logran sus versos medidos, algunos son cuartetos de un soneto a propósito inconcluso y otros logran con rimas consonantes, a mi modo de ver y de sentir, el efecto de un verso libre.
Es bueno recordar su ironía y humor fino, siempre presentes en charlas de café o encuentros casuales.
Considero imprescindible la lectura de su obra, reflejo de una vida austera y consagrada a la poesía. Desde su voluntaria reclusión, las noches fueron testigo de sus estados de gracia hasta poco antes de su noche larga.
Aún hoy, el frente de su casa invita a los amigos a golpear la puerta con el deseo de sentir girar la llave y ver aparecer su grandeza.
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