Denise León
Los poemas de
Jacobo Regen son pequeños. Se abarcan de una vez. Se pueden llevar en el
bolsillo. Acontecen en un breve abrir y cerrar de ojos. Ese relampagueo
guarda, sin embargo, una cualidad punzante, dolorosa. Cada poema es el
nudo mínimo de un tejido más amplio, un punto perdido en un universo de
una intemperie profunda, amenazado por la presencia cercana de la
muerte vasta, clavada en el corazón. El sujeto poético de Regen enuncia
el mundo serenamente y su voz instala una realidad de fronteras
inciertas, donde el hilo delgado que separa al sujeto de eso que
llamamos “el mundo” se adelgaza hasta desaparecer. El sujeto es el
mundo. Regen cava un hueco en el lenguaje, para que el otro, el ángel,
pueda hablar. El poema sería así ese lugar donde siempre es otro el que
habla.
A medida que andamos su obra, los poemas se suceden entre la
desnudez y la levedad del ángel, en movimiento perpetuo, y su corazón en
sombras donde se acurruca el peso de lo terrestre, de lo humano, de lo
oscuro y lo perecedero. Acechadas por una sed imposible de calmar, las
palabras se repliegan sobre sí mismas, proponiendo una apuesta, una
trama circular, un comienzo que es siempre regreso.
Sin duda, los
textos de Jacobo Regen, definidos por Walter Adet como “temblorosamente
solitarios entre la maraña y el espeso aroma territorial y vegetal”,
fundan un imaginario propio donde un sujeto errante y desamparado,
aferrado a un mundo de objetos perdidos, canta. Y su canto va
registrando la huella leve que la muerte deja no sólo en las personas y
en las cosas, sino en su propia piel. En esa intemperie, ilumina para
nosotros la imperiosa relación entre palabra y deseo, entre soledad y
escritura.
Categorías:Proyecto Regen